Otoño Abundancia, equilibrio y transformación

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Por: Laura Blanco
Llegó el momento de decirle adiós al verano con sus días largos, soleados y lluviosos, para dar la bienvenida al equilibrio y abundancia que nos brinda el otoño. Es la temporada en que alrededor del mundo se celebran festividades asociadas con la cosecha, como la fiesta de la vendimia, la fiesta de la cosecha del arroz en China y la de nuestro delicioso, nutritivo y querido maíz, aquí en México.

Es momento para dar gracias a la Tierra por sus frutos, de honrarla, de recolectar las semillas que deberán reposar en espera de que llegue el momento para sembrarlas de nuevo. Porque la tierra tiene que descansar, tiene que entrar en un sueño profundo que le permitirá regenerarse, antes de dar nueva vida. Y el otoño trata de eso, de iniciar ese camino de preparación, de soltar todo lo que ya no necesitamos, así como los árboles se despojan de sus hojas, dejan que el viento se las lleve y sirvan de abono, para que la tierra alrededor de ellos se vuelva fértil. Aún ahí, en lo que no se ve, todo está en perfecto equilibrio.Si nos detenemos un momento y nos preguntamos por qué ha sido importante, desde las antiguas civilizaciones, celebrar la abundancia de los frutos que nos otorga la tierra, la respuesta más clara y directa es que el alimento sustenta nuestra vida, garantiza nuestra permanencia. Pero, no sólo nos proporciona nutrientes, también nos permite disfrutar de sus sabores, colores, olores y todo ello nutre nuestro cuerpo y alma. Y esto, para el ser humano que vive en la búsqueda eterna de sentido, también es alimento para el alma y el espíritu. Esa es la ventaja de poder conectar con la naturaleza y sus ritmos, de ser conscientes de ellos y de entender cómo se relacionan con nuestros propios ritmos internos, y no sólo de agendar actividades, vivir un día tras otro, arrancando las hojas de un calendario. Poder conectar con lo que nos rodea y darle un propósito a nuestro hacer, obteniendo estabilidad y certeza. Sabemos que la noche siempre va a preceder al día, que después del invierno siempre llega la primavera y que siempre hay algo sucediendo para mantener este balance en equilibrio. El otoño nos llena de nuevos colores. Tras su llegada con el equinoccio, en el que el día tiene la misma duración que la noche, los días comienzan a ser cada vez más cortos y las noches más largas. La luz se equilibra con la oscuridad. Los cálidos días de verano van dejando paso a los frescos días otoñales, llenos de tonos marrones, naranjas, rojizos. Es un momento de transición, de preparación para la llegada del invierno. Pareciera que algo está muriendo, al menos en apariencia. Pero en realidad, es la vida que está yendo hacia el interior, a resguardarse y transformarse.
La fiesta de la cosecha va seguida del festejo del arcángel Micael (o San Miguel, como lo
conocemos en México). Sí, el de la canción que cantábamos de niños en ronda, “a la rueda, rueda de San Miguel…”. El arcángel que según la tradición cristiana, islámica y judía hizo uso de su valor y fuerza, venciendo y dominando con su espada luminosa a un dragón, sin matarlo. Esta festividad nos invita a preguntarnos ¿cuáles son los dragones que viven en nuestro interior, que enfrentamos en nuestra vida cotidiana y obstaculizan que logremos nuestros propósitos? El enojo, la intolerancia, el miedo, la envidia, los celos… Y qué pasos damos, en el día a día, para dominarlos en vez de dejar que sean ellos los que nos dominen. Más adelante, llega el momento de recordar y honrar a nuestros ancestros, de agradecer lo que nos ha hecho lo que somos, lo que ha permitido que estemos aquí, en este momento de nuestra vida, preguntándonos si el rumbo que hemos elegido es el correcto o es necesario replantearlo. Es el momento propicio para dejar morir todo aquello en nosotros que ya no nos hace sentido, cerrar ciclos. La noción de la muerte está ahí para recordarnos que hay sangre corriendo por nuestras venas, que estamos vivos. Preguntarnos, ¿qué queremos hacer con este momento presente?,
¿cómo aprovecharemos y honraremos la vida que se nos ha otorgado? Sentirnos vivos y capaces de disfrutar la vida como se nos presenta. Son días para recordar y nutrir esa luz interior que nos ilumina y guía cuando más lo necesitamos. Esa luz que nos acompañará a través de los fríos y oscuros días del invierno, manteniendo cálido nuestro interior y recordándonos que es el momento en que todo reposa y se renueva para emerger nuevamente en primavera, llenando todo de vida y de color. Es el ciclo de la vida, que nos
invita a vivir y disfrutar cada momento, a través de los diferentes matices que se nos presentan. Pero el otoño también se presta a vivir la saudade, ese término en portugués, de difícil traducción al español, que se encuentra entre el recuerdo, la añoranza y una combinación extraña entre alegría y tristeza, matizada con soledad. Es momento de sentir y reconocer que no todos nuestros sentimientos son siempre alegres y felices, y eso es parte de los ciclos que nos muestra la naturaleza.
El otoño y el invierno son así, nos presentan la perspectiva de lo que hemos vivido, los recuerdos gratos y los no tan gratos, lo que hemos logrado y lo que nos falta. Está bien sentirlo, observarlo, pero no quedarnos ahí. Son justo las hojas secas que debemos dejar caer para generar más vida y llenarnos de colores y nuevos aromas.
Quizá no tengas la naturaleza tan a la mano, quizá las circunstancias tan extraordinarias de este año te lleven a vivir esta temporada más intensamente. Por lo mismo, te invito a conectar con estos símbolos, a encontrarlos en el detalle más pequeño de lo que te rodea. A observar el cielo cada vez que puedas, a conectar con tu respiración, a agradecer el momento presente cada vez que te recuerdes estar “aquí y ahora”.
Reconoce y agradece la abundancia en tu vida. Haz una pausa para pensar en lo que has logrado hasta este momento, hacer un balance de lo vivido en este año. Puedes hacer un pequeño altar personal: destina un lugar especial en casa para poner semillas, frutos y cualquier otra cosa que te recuerde y conecte con esta sensación de abrirte a recibir, de agradecer. Hay procesos que requieren tiempo, reconócelo y aprende de la tierra, que se llena de vida interna y sabe esperar lo necesario para que todo emerja, transformado. Sé empático contigo mismo. Practica el arraigo. ¿Qué es lo que te da estabilidad?, ¿qué es lo que te nutre? Reconócelo y procúralo. Aquí puedes apoyarte con aceites esenciales, busca rodearte de aromas terrosos, amaderados y si puedes, entra en contacto con la tierra: trabaja tu huerto en casa. Incluye en tu alimentación raíces como el jengibre y la cúrcuma, que además ayudarán a reforzar tu sistema inmune. También es buena opción trabajar con el árbol genealógico, honrar la herencia, reconocerla, y trabajar para soltar los patrones heredados (lo ideal es tener un acompañamiento
experto en la materia). Reordena tus necesidades y prioridades. Pregúntate hacia dónde quieres ir y observa si estás caminando en ese sentido. ¿Qué es lo que necesitas y no te estás dando?, ¿qué te estorba?, ¿en qué punto te has perdido? Si no te es fácil acceder a esa luz interior como guía recurre al arte o a cualquier disciplina que nutra tu espíritu. Dibuja, escribe, lee, medita, prende una vela y visualiza cuál es tu deseo más fuerte. Sé fiel a tus instintos, pero también estructura los pasos para llegar a tu objetivo y trabaja en ser constante. No tengas miedo a equivocarte, siempre se puede reestablecer el rumbo. Mantente abierto a aprender. Siempre que puedas, observa la naturaleza y aprende de ella, y, por sobre todas las cosas, ¡disfruta el otoño!

Laura Blanco

FB LauraBlanco (Meztli)
Le encanta investigar sobre las propiedades y aplicaciones de las plantas y aceites esenciales y usa su formación como comunicóloga (en el Iteso) para compartirlo. Estudió Flores de Bach, Thetahealing y ha explorado diversas prácticas de medicina alternativa y salud integral, entre ellas los aceites esenciales. Es maestra Waldorf -apasionada estudiosa constante de su pedagogía y filosofía- y practica la fotografía, Chi Kung y la danza española. Cree en el conocimiento como la mejor herramienta para procurarnos un mundo mejor, y en la importancia de habitar nuestro cuerpo en plenitud.

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