Refugio en el refugio

Fecha

Por: Sandra López Maidana

Primero fue no saludarse con un beso, ni compartir los mates tan argentinos. Después fue dejar de ir a hacer compras innecesarias, de andar por lugares con mucha gente. De a poco fueron despoblándose las calles, las veredas. Algunos primeros barbijos y guantes de látex. Por último, el pedido en forma de decreto presidencial de no concurrir a los lugares de trabajo, salvo los servicios esenciales y limitar las salidas a la calle sólo para proveerse de alimentos y productos de limpieza e higiene personal. Podría haber sido el argumento de una distopía de gran suceso. Pero no. Era la situación inédita para el mundo moderno de una pandemia que revela la vulnerabilidad de nuestros cuerpos. La finitud y lo endeble del poder. Corazas monumentales filtradas por diminutas amenazas. Calando los huesos, insolentes.    

Por seguridad pública y en defensa propia debimos cerrar por dentro para quedarnos adentro.

Bienvenido, desafío.
El primer día recuerdo haber atravesado las llamas del mal humor. Chequear mentalmente la agenda para comprender que todas las actividades semanales, las planificadas para los próximos días y hasta fecha (aún hoy) desconocida se caían como torre de naipes. El enojo por confiar en una estructura con la solidez de un naipe y porque lo inesperado le haga ganado a lo que yo dispuse. Se dice que si querés hacer reír al universo/Dios/vida, contale tus planes. Recurrí a la meditación para callar las voces del ego reclamando justicia.

Aplacadas las emociones empecé revisar qué quedaba aún en pie. La respuesta fue crucial: Yo.

Uno de los planes era volver a nadar en la pileta olímpica a pocas cuadras de mi casa. Otra, retomar yoga. Revisando redes vi que un centro de yoga empezaba a brindar clases online vía Instagram. A esa llegué tarde por lo tanto debía esperar al día siguiente. Imposible, con un umbral tan bajo de frustración.

Por curiosidad chequé YouTube y se abrió un panorama desconocido. Clases para todos los niveles, de diferentes duraciones y estilos. Por haber practicado tantos años no me resultó difícil seguir cada clase, siempre dentro de mi nivel intermedio y sin intentar posturas que podrían llevarme a lesiones. Me asombró mi motivación que siempre fue limitada, que se retroalimentaba desde la práctica. Desde ese día, el tercero de la cuarentena mi rutina inamovible fue tomar una clase completa, de entre 45 y 60 minutos, según el nivel de energía que podía aportar. Entonces pasó algo inesperado en el entorno que ya venía siendo inesperado: el yoga funcionaba como una válvula de escape/refugio/contención. ¿Qué tiene esto de novedad?

A título aclaratorio convendría presentarme: trabajé durante 25 años como periodista y editora en medios de Buenos Aires. Casi la mitad de mi carrera dentro de la temática que engloba la espiritualidad en todas sus manifestaciones: vida natural, salud, armonización, arte, cultura, ecología y terapias alternativas.

Es decir que siempre escribí, divulgué y edité notas sobre las bondades del yoga. Entonces insisto ¿Qué tiene esto de novedad?, te cuento lo que estoy viviendo.

Que puedo fortelecer mi cuerpo desde la meditación y la respiración, tanto como desde asanas.

Que aquieto y clarifico mi mente, concentrando el poder en la conciencia.   

Que libero de expectativas para encontrarme con las respuestas adecuadas.

Que no hace falta esfuerzo, sino que fluyo en él para sostener y sostenerme.

Que no importa cuánto tiempo lleve este aislamiento preventivo obligatorio, ya nada podría alejarme de mi práctica diaria.

Que me siento feliz por haber entendido lo que escribí durante tantos años.

Y que tarda, pero al final hay recompensa.

#QuedateEnCasa

Te puede
interesar

es_MX