Del miedo a la esperanza

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Los malestares emocionales “no se quitan solos”, mucho menos si esperamos que desaparezcan con el tiempo. No es así, todo lo contrario, de no atender el miedo y aceptarlo como buen consejero, los padecimientos se incrementan y comenzamos a normalizar sentirnos así, dicho de otra manera, nos acostumbramos al dolor.

“Valientes no son aquellos que no sienten miedo, sino que aún con él, siguen caminando”.

Hemingway

Estamos viviendo una realidad para la cual nadie estaba preparado; la economía se paralizó, la convivencia dejó de ser una alternativa, las salidas vacacionales fueron canceladas, los pasatiempos dejaron de ser una opción, los retos laborales cambiaron de rumbo; de ser una motivación de crecimiento, se convirtió en una preocupación por preservarlo.

Lo que antes era parte de nuestra cotidianidad, ahora estamos a la expectativa de saber cuándo volveremos a ver a nuestros amigos, abrazar a nuestros padres, tener una charla en los pasillos con los compañeros de trabajo, hacer ejercicio, llevar a los niños a la escuela, conocer gente nueva, y está incógnita es cada vez más latente: ¿cuándo volveremos a sentirnos libres otra vez?, ¿cuándo volveré a sentirme seguro?, ¿cuándo tendré la certeza que quienes amo están fuera de peligro?

En estos momentos, es cuando más tememos por el futuro al vislumbrarse incierto, doloroso, preocupante en cómo terminaremos, con la angustia a flor de piel e inseguros, y al mismo tiempo nos enseñan que debemos ser fuertes, a no sentir miedo porque es sinónimo de cobardía y debilidad.

En consecuencia, nos encontramos sin energía, con el deseo de aprovechar este tiempo en proyectos, cursos, lecturas, alguna actividad nueva, en otras palabras, por mantenernos ocupados pero no logramos enfocarnos, con la finalidad de estar tranquilos y que nos vean “fuertes”, fingimos que no es importante lo que nos preocupa y terminamos mordiéndonos las uñas,  el estrés se incrementa, manifestamos padecimientos físicos, nos sobre esforzamos por descansar mentalmente y es cuando más nos cuesta conciliar el sueño, queremos transmitir seguridad a los nuestros con algunas expresiones, tales como: “no pasa nada, todo va a estar bien, no te preocupes, tienes que ser fuerte”, pero es cuando más tememos perderlos.  

Pasan los días teniendo estas sensaciones y de repente nos cuesta recobrar el aire, sentimos que nos va a pasar “algo” en cualquier momento, un sollozo en el pecho nos impide hablar, la desesperación carcome, no sabes cómo manejarla, los demás te piden que te tranquilices y por más intentos, estos malestares se intensifican al punto en que te paralizan y es cuando experimentamos ataques de ansiedad.

Los ataques de pánico o ansiedad son el resultado de estos miedos que no expresamos y se van incrementando con un lapso de tiempo, de repente podemos perder claridad si son reales o no, lo que sí, es que nos sentimos indefensos de cuidarnos y poderlo solucionar.  

Cabe destacar que con la propagación del coronavirus a nivel mundial nos ha dejado vulnerables y con la ansiedad desbordada, hace más de 100 años que no nos afrontamos como humanidad a una pandemia de esa magnitud, entre lo incierto y que nos alimentamos prioritariamente de las redes sociales, de información que en ocasiones son poco confiables y muestran un panorama aterrador, como lo dice el periodista Luis Fernando Ángel “nunca antes las personas habían estado tan temerarias de la muerte, porque nunca antes nos recordaban a diario que fallecían alrededor de 100 personas por minuto y 150,000 muertes diarias”, aunado a la frustración, que aún no se haya tomado conciencia como sociedad de las medidas de protección, ¿cómo quedamos emocionalmente?

Sin duda alguna, no somos responsables de lo que está ocurriendo, sin embargo, lo que sí puede ser una diferencia es cómo estamos manejando la situación para hacerla lo más llevadera posible. El primer paso sería deshacernos de la idea que los miedos son sinónimos de debilidad o cobardía, porque no es así, al contrario, las emociones son necesarias para subsistir, en este caso, el miedo se hace presente cuando nos sentimos amenazados o en peligro, es como esa alarma que se activa antes de actuar y nos permite cuidarnos y ponernos a salvo, sin ella, probablemente no seguiríamos con vida, en lugar de ignorarlos, hay que reconocerlos ¿qué es lo que más me preocupa de esta situación?

En el aspecto laboral, estas preguntas pueden acercarte a encontrar un bagaje más amplío de soluciones: si soy el dueño, ¿cómo puedo sobrellevar la empresa?, ¿qué acuerdos puedo llegar con mis empleados?, ¿conozco los apoyos federales?, ¿cuáles son los préstamos bancarios que ofrecen?, si hubo recorte de personal en la empresa, ¿qué cosas sé hacer?, ¿para qué soy bueno?, ¿cuáles son las plataformas digitales que se están usando?, ¿cuáles son los negocios que siguen hábiles en los que puedo integrarme?.

Una red de apoyo es crucial para cualquier momento difícil, ¿en quién me estoy apoyando?, si en este momento nos damos cuenta que no contamos con figuras de apoyo, es una oportunidad para comenzar a cuidar de nuestras relaciones, de replantearnos, ¿cómo puedo fortalecer mis amistades?, o, por el contrario, ¿qué es aquello que me ha alejado de mi familia, amigos, etcétera? y que ahora puedo hacer distinto.

Si con las medidas de protección, me siento más preocupado por algún integrante de la familia, la pareja, los hijos si están lejanos, etcétera, es un buen momento para ocuparnos de aquello que extrañamos, ya sea teniendo contacto,  decirle lo importante y valioso que es su persona en tu vida, también es una ocasión para limar las asperezas o malentendidos que pudieron suscitarse en algún momento, porque ahora lo relevante no es quién tuvo la culpa, o la razón, sino estar cercarnos y en paz con quienes amamos.

Cuando vamos desmenuzando cada uno de nuestros miedos y les damos un lugar, se van disminuyendo estos malestares emocionales que posiblemente estemos experimentando, como puede ser el insomnio, el estrés, la depresión, el cansancio extremo sin causa aparente, algunos de los que se mencionaron anteriormente, presenciar ataques de ansiedad, a manera de un grito desesperado. Los miedos no desaparecen, se caminan con ellos y en la medida en que vamos reconociéndolos, podemos hacer algo respecto. Estos nos ayudan a escucharnos, a prestar atención aquello que inquieta, porque cuando entendemos lo que está pasando, entonces si podemos actuar y hablar para solucionar.

Un recurso más sería la empatía, ingrediente crucial cuando las situaciones se encuentran difíciles o en conflicto, implica no solo escuchar, sino comprender cómo se siente el otro, sentir compasión por su preocupación, su dolor, incluso su sufrimiento, aunque no la compartas, sin juicio o imposición, una manera de manifestarla en estos momentos sería, por ejemplo, comprender que aunque no es la mejor alternativa, hay personas que no pueden quedarse en casa, incluso puede ser que un familiar esté haciendo caso omiso a los cuidados señalados, ante esas circunstancias, lo que podemos hacer es expresar nuestra preocupación y hacernos cargo, una forma de expresarlo puede ser de la siguiente manera:

“Me siento desesperado y quisiera saber que estás lo mejor posible, podrías ayudarme cuidándote y así tener un motivo menos para preocuparme”, o también “entiendo que no puedas resguardarte por ahora, mientras tanto, me cuido yo para ser lo menos afectados posibles”.

Como dice la frase “no estamos todos en el mismo barco, estamos en el mismo mar; unos en yate, otros en lancha, otros en salvavidas y otros nadando con todas sus fuerzas”, y replantearnos ¿en qué posición me encuentro?, ¿es momento de pedir ayuda o me encuentro en posibilidades de apoyar? Ambos escenarios son válidos y necesarios de reconocer, a la par que está posición nos saca de nuestra zona de confort porque implica hacer cosas distintas.

Otro de los ingredientes que pueden ser una diferencia es el acompañamiento de un profesional; cuando una persona decide acudir a terapia, es otra manera de pedir ayuda, esto lo convierte en una muestra de valentía al reconocer que no estamos solos y que habrá momentos donde necesitamos que nos alumbren el camino, y otros donde podemos encontrar la luz, saber que no necesariamente tenemos que mostrarnos fuertes en todo momento, que no siempre tendremos las respuestas ni claridad para decidir, y esto entre otras cosas, es lo que nos hace humanos.

Los malestares emocionales “no se quitan solos”, mucho menos si esperamos que desaparezcan con el tiempo y no es así, todo lo contrario, de no atenderlos se incrementan y comenzamos a normalizar sentirnos así, dicho de otra manera, nos acostumbramos al dolor. Detrás de la falta de voluntad, hay un bagaje de historias de agotamiento mental y emocional al no obtener los resultados deseados, por la sensación de fracaso que pesaron en los hombros, por la vergüenza hacia nosotros mismos por no actuar como debimos de,  por las innumerables ocasiones en las que sentimos que se nos vino el mundo encima y nos quedamos callados, por la inminente sensación de no poder dar más a los demás.

A modo de cierre, la fortaleza y la seguridad se van construyendo en las vivencias, porque es donde reconocemos lo que sí tenemos y principalmente quienes somos. Cuando no solo sobrevivimos, sino que nos fortalecemos de las circunstancias, es lo que se denomina como personas resilientes, aquella capacidad de visualizar los problemas como desafíos, donde se aprende de la experiencia y la comparte con los demás, dentro de esa transformación, es donde nace la esperanza.

Sin duda, nada volverá hacer como antes, lo que es una realidad es que esta pandemia se ha convertido en una oportunidad para recordarnos que por más avances tecnológicos, ningún aparato podrá suplir la calidez de un abrazo, ni el poder curativo de un “te quiero”, para conectarnos con el deseo genuino de querer vivir, y sobre todo, revalorar a quienes nos acompañan en el camino, así como honrar a quienes ya no han podido continuar con nosotros, pero siguen presentes.

No nos esforcemos en controlar el miedo, como si fuera algo ajeno, mejor hagámoslo una especie de amigo o confidente que te dice las palabras que necesitas escuchar, todos sentimos miedo en este momento, algunos más que otros, lo cierto es que ninguno de nosotros estamos exentos de sufrir las consecuencias de esta crisis, de igual forma, ningún miedo o dolor es más grande que otro, cada experiencia es única,  lo que no hay que dejar en tela de juicio, es que aunque desconozcamos cómo terminará la situación, haremos lo mejor posible, con lo que tenemos y sabemos hacer, así ha sido a lo largo de nuestra historia y esto no será la excepción.


Referencias

Guerra, M. (2020). Del otro lado del miedo: Cómo superar las adversidades para relacionarnos mejor. México: Aguilar.

Henderson, E. (2006). La resiliencia en el mundo de hoy. Cómo superar las adversidades. España: Gedisa.

Marina, J. (2009). Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía (6) México: Anagrama.

Ángel, M. (2020). La economía no son unos señores de sombrero que juegan a la bolsa. El horizonte. Recuperado el 04 de abril de 2020, de ttps://www.elhorizonte.mx/opinion/editorial/la-economia-no-son-unos-senores-de-sombrero-que-juegan-a-la-bolsa-/2824546.

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