Cuando los hijos se enferman

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Por: Abril Íñiguez
Como madre no hay miedo mas grande que cuando tus crías enferman.
Es terrible ver que se sientan mal, que no coman o no puedan dormir. Estoy casi segura de que cualquier madre (o padre) daría su tesoro más preciado a cambio de que su hijo o hija jamás se enfermara. El sabernos seres mortales es de las lecciones más grandes que la vida me ha dado. Aún recuerdo cómo en la adolescencia me sentía inmortal,  con la sensación de poderlo todo. En realidad es la falta de desarrollo del cerebro prefrontal lo que nos hace sentirnos de esa manera. Y, que cuando alcanzamos cierta madurez, irónicamente comienzan los miedos; no es más que realismo puro, entender cómo funcionamos y que nuestro paso por la tierra es fugaz… no por eso carente de sentido.

En estos tiempos de contingencia por el COVID-19 me es inevitable recordar cuando mi bebé de dos meses de edad estuvo en terapia intensiva por meningitis. Ese miedo muchas veces inconsciente de que pueda volver a pasar un episodio similar con cualquiera de mis hijos e incluso con cualquiera de las personas que amo, es como un loop constante que no me permite ver con claridad y paz el presente y que bien podría haberme hecho quedarme en el miedo, y con ello no haber visto y agradecido todas las cosas positivas que nos trajo esta etapa dificilísima de la vida, esas cosas que son como la gasolina para el alma: la solidaridad y el apoyo de la familia, los amigos y colegas. Ese amor manifestado de muy diversas maneras hacia nuestro pequeño núcleo familiar fue de vital importancia para poder sobrellevar la experiencia. Ya fuera la abuela cuidando de nuestra hija mayor, ya fuera mi hermana y su pareja haciendo trámites, ya fuera mi cuñada quedándose a cubrirnos en el hospital mientras mi marido y yo pasábamos tiempo con nuestra hija o nos dábamos un baño o ya fuera estando al pendiente y mandando mensajes de ánimo y cariño, mandando comida, flores de Bach, y hasta un sacaleche, pues me enorgullezco de decir que durante toda la hospitalización, incluida la terapia intensiva, mi bebé tomó exclusivamente mi leche. Y un largo etcétera.

El miedo nos hace actuar, crea alertas de que algo no va bien y hace que reaccionemos. Gracias al miedo, pudimos ver que mi pequeño no estaba nada bien: fiebre alta, constipación, quejido… en un bebé de dos meses estos síntomas son una alarma de que algo está muy mal. Gracias a la adrenalina generada por esta alerta, supimos que debíamos correr a urgencias, vivíamos en la ribera de Chapala, la opción que teníamos era la Cruz Roja, después de checar signos vitales, sacar radiografías e intentar sin éxito canalizar un bracito con las venas más delgadas de un bebé convulsionando, el médico a cargo (gracias a la alerta generada en él), nos  advirtió que teníamos que ir a Guadalajara porque ahí no tenían capacidad para tratarlo, nos recomendó ir al Hospital Civil y hacerlo en nuestro coche, porque esperar una ambulancia nos haría perder tiempo valioso. Al llegar a urgencias pediátricas del hospital Civil, comenzó una odisea de procedimientos y protocolos repetitivos y después todo se tornó borroso. 21 días hospitalizado, viviendo la peor pesadilla de una madre y un padre. Sin embargo, 21 días que terminaron de la mejor manera: saliendo del hospital con un bebé sano y sonriente en brazos.

Si nos hubiéramos quedado en el miedo, no habríamos podido ver la empatía generada entre los padres, madres, hijos o hermanos de cada paciente en terapia intensiva, en dónde estábamos al pendiente del otro para darle alguna actualización, compartir información o escuchar cómo se sentía, incluso organizándonos para dormir por turnos o tener una mesita de coffee break. No habríamos notado tampoco los numerosos grupos de personas llevando con gran cariño comida o café  a los cientos de familiares de pacientes provenientes de distintos estados de la república que acudían al hospital que por ser público y tener los mejores especialistas a nivel nacional, estaba siempre lleno y muchas veces de personas que no contaban con recursos para comer. Si nos hubiéramos quedado en el miedo, incluso en el enojo, con ese pensamiento terrible que inevitablemente llega de “por qué a mí”, no habríamos notado el interés genuino de médicos, enfermeros y enfermeras de salvar la vida de cada paciente.

Abrazar, agradecer y dejar ir el miedo, enojo, la duda o cualquier emoción que nuble nuestro ser, es de suma importancia para tener salud mental, física, emocional y espiritual. Agradecer el presente y disfrutar cada actividad que hagamos con todos los sentidos y con todo el corazón: ya sea cocinar algo delicioso que nutra nuestro cuerpo, una práctica de yoga, sembrar o jugar con tus hijos y reír a carcajadas con ellos, son actividades que abonan a nuestro espíritu y nos permiten vivir el aquí y ahora de una manera plena, tangible y esto a su vez permite que quede grabado en nuestra memoria emocional (y en la de nuestros hijos e hijas) y de eso dependerá que en un futuro podamos voltear la mirada y saber que nuestra experiencia tuvo más cosas positivas de las que creíamos, porque logramos vivir el presente y esa es un arma poderosísima para nuestra paz interior.

– [ ] En tiempos de incertidumbre recordemos que nada es permanente.  Y como dice el cuento del rey…Esto también pasará.
Contacto: abriluna.iniguez@gmail.com

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